De este tema podría hablar horas, pues, como a muchos me ha afectado alguna vez. La palabra canon viene del griego “kanon” que significa “regla o vara para medir”. Se refiere a lo que se percibe o construye a manera del “cuerpo perfecto”, y al cual se le atribuyen ciertas cualidades en un marco de tiempo y espacio específico.
¿Una regla para medir quién soy?
A todos como seres humanos nos afectan estas “reglas”. Sin embargo, es necesario ser conscientes de que las mujeres somos más afectadas porque históricamente nuestros cuerpos se han cosificado y sexualizado. Se ha normalizado que se hable de nuestras apariencias, según cómo nos deberíamos ver.
En mi adolescencia sufrí con aquellos cambios que complacían a mi feminidad, – pero no por no querer vivirlos. Por el contrario, los quería navegar, pero carecía de capitán. La incertidumbre me inundó y la guía que siempre quise nunca llegó.
Hace poco tuve una conversación sobre lo dura que es la adolescencia en general. Recuerdo mi adolescencia como una época de mucha inseguridad. Me faltaba crecer y las posibilidades de ser algo que yo tenía en mente todavía eran factibles.
“La adolescencia es una etapa llena de ritos de pasaje, pero con muy pocas personas que estén dispuestas a guiar sin estigmas”
Recuerdo que un día mi tía me dijo: “Catalina, como tus piernas no son tan largas, no deberías usar leggins“. En la universidad casi todos los chicos me reprochaban mi “falta de bronceado”, y hasta en el colegio una compañera me dijo que yo sería más bonita si no fuera tan blanca. Odiaba mis pecas. Y ni hablar de mis pestañas rubias, -con ellas aún no me he reconciliado.
Sin embargo, hoy entiendo que mis metas y aspiraciones físicas estuvieron ligadas siempre al estereotipo europeo y a la herencia colonial. Alta, larga y delgada[1]. También entiendo que al crecer se plantean las posibilidades de lo que se puede llegar a ser, mientras que al ser adulta, no queda más que aceptar quién sé es. Se abandonan aquellos estándares que fueron de alguna u otra manera, impuestos.
A lo que me refiero es, la diferencia con mi yo de 25 años es que ya entiendo cómo soy. No me queda nada más que aceptarme y quererme. Entendí que no tengo que medir más de 1.70, ni tener piernas largas y piel bronceada, a fin de que alguien me quiera y mucho menos para quererme a mí.
¿Y las redes sociales?
Experimentar esta era digital me lleva a incluir el rol de las redes sociales en este asunto. Las redes sociales son brutales. Solo muestran historias de vidas curadas y perfeccionadas, aunque esto lo digo sin juzgar, porque yo también lo hago.
Esta es la era de los filtros, las ediciones, tratamientos estéticos y demás. Pienso todos los días: “si a veces me hacen sentir insegura, no puedo imaginar lo que causan en las adolescentes de hoy”.
“Qué difícil es tener unos estándares de belleza que, aunque son imposibles de lograr, se perciben reales en todas las fotos, se normalizan y se terminan imponiendo a nuestros cuerpos. Y aunque sea un tema que está muy bien identificado, nos sigue afectando”
Se vuelve crucial reflexionar y pensar antes de saltar a juzgar a otra persona. Me aterra que además de imponernos más estereotipos de belleza, las redes sociales le han permitido a algunas personas ser agresivas hacia perfectos desconocidos. Muchas veces veo comentarios sobre la composición corporal, que hacer o no, y muchas otras etiquetas. ¡No me parece justo!
Como dije anteriormente, estas peculiaridades que percibimos “bellas”, están enmarcadas en un tiempo y un espacio. Es decir, esas cosas que vemos lindas hoy, en unos años estarán transformadas. Recuerdo por ejemplo, cuando hice un un viaje a Atenas a finales del 2019, me explicaron que cuando era una ciudad-estado y estaba en su apogeo, era hermoso tener una uniceja. Todas las mujeres se la maquillaban para simularla, así como hoy muchxs se las depilan para así, desvanecerla.
La realidad es que estos estándares de belleza nos hacen despreciarnos a nosotros mismos hasta el punto de distorsionar todo nuestro molde. Estoy de acuerdo que debemos trabajar en lo que queremos ser, sea lo que sea, pero a lo que hago un llamado es a ser más crítico sobre donde vienen esos pensamientos. Cuestionarse si llegásemos atener más “valor personal” por ser más flacxs, la nariz respingada, el pelo liso y toda esa lista – muchas veces sin sentido – que se nos ha impuesto.
¡No lo creo!
Pero… reprochar y regañar en este artículo sería insensato de mi parte. Yo también me he visto al espejo y me he sentido incómoda en mi propio cuerpo. Este artículo lo escribo con un propósito, exteriorizar mis pensamientos y para hacer al lector reflexionar. Decirle, que desde el día uno ya tiene todo lo que necesita. Que siempre ha sido hermosx. Tratémonos con más amor y hagamos el ejercicio de hablarnos como lo haríamos con nuestrxs amigxs, hermanxs, madres, etc. ¿Les diríamos esas cosas que nos decimos o qué pensamos cuando nos encontramos frente a un espejo?
¡No lo creo!
Todos los días son oportunidades para revisarnos. En lo personal, sueño con un mundo en el que apreciemos la diversidad y lo más importante, no sentirnos con el derecho de comentarle el cuerpo a las personas, ni sus apariencias.
“Se volvió revolucionario querernos como somos, en un mundo que constantemente nos ha hecho creer lo contrario”
Catalina
[1] Entiendo que mi color de piel complace este imaginario y sé que hay estructuras de opresión que afectan a quienes no son de tez de blanca. Así mismo, entiendo que los comentarios sobre mi falta de bronceo nacen de la sexualización de mujeres mulatas y de descendia afro. Con esta experiencia no busco silenciar otras mujeres, si no explicar aquellos estándares de belleza a los cuales ha sido sujeto mi cuerpo.